--¿Qué estas haciendo?
--¿Qué quieres decir con qué estoy haciendo?
Se escucharon varios pasos contra el suelo de madera. Sin embargo el muchacho en la ventana no se volvió.
--Ehm, no sé. ¿Qué le has hecho al departamento?
--¿A qué te refieres?
Un fuerte resoplido seguido de un gruñido inundó la habitación, además de algo siendo arrastrado por el suelo.
--Si mueves algo más, juro que te moleré las pelotas--dijo V desde la ventana.
--¿Y cómo coño esperas que vaya a la cocina a hacerme un sandwich?
--Umm--meditó V, golpeando con la yema de los dedos en su rodilla al ritmo de una música inexistente.--Deberías hacerme uno.
--Jamás. ¿Cuándo me compraste como tu esclavo? --musitó J con la boca repleta de comida a medio masticar.
--En el momento en el que entraste y moviste aquel estante...
J lanzó un bufido.
--Dime de una vez qué estas haciendo.
--¿Tú qué crees?--preguntó V bajito.
J se acercó masticando sonoramente y apoyó el brazo en el marco de la ventana, asomando solo un poco la cabeza por ella. V estaba sentado, medio fuera y medio dentro, el cabello castaño le caía sobre los ojos verdes mientras sonreía. El rostro de J se volvió tan negro como la mata de pelo que le cubría la cabeza y suspiró pesadamente.
--Estabas buscándola ¿No es así?
--Sentí su olor--contestó V en susurros luego de un rato.--El olor exacto que tenía su habitación al llegar, el olor de su piel, sus pecas en la linea de la espalda. Comencé a mover las cosas y descubrí más de ella, como si hubiese estado encerrado todo este tiempo. Lo moví todo, J.
V movió una de sus manos, mostrándola toda magullada a su compañero. Este abrió desmesuradamente los ojos y volvió la vista al interior del apartamento, buscando el objeto de la ira de V.
--¿Qué rompiste?
--Mis pulmones. Y mucho después, mi cordura. Resultó estar por todas partes, vuelvo la vista y aún la veo reclinada en el sofá.
--Por eso estas aquí afuera, no lo soportas ya.
V asintió lentamente con los verdes ojos acuosos.
--Si pudieras volver a verla ¿Crees qué...?
V ya estaba negando con la cabeza.
--Solo hay dos opciones si volviéramos a vernos y ninguna es demasiado buena, pero no habrá nada mejor. Que me mire, vea mi rostro como solía hacerlo en aquellos momentos donde no me amaba, no sonría, pero que su corazón se agite por los recuerdos igual que el mío. Y nada pase, ambos sigamos con nuestras vidas, como dos perfectos extraños que nunca fuimos.
--¿ Y la segunda?--preguntó J sentándose a su lado en la estrecha ventana.
--Es la más dolorosa. Que me sonría, me salude con un gesto de mano, esa delicada mano blanca y llena de lunares. Que los labios se agrieten y pronuncien el "hola" más vacío que jamás escuché salir de su boca. Y lo que parece bueno, cambia; se da la vuelta, la sonrisa se secará y marchitará, los dedos se agrietarán y los ojos agriarán su rostro como la última vez que me miró.
Ambos suspiraron.
--Debería intentarlo.
V miró directamente a los ojos del otro muchacho, sin decir nada por un rato.
--Soy un cobarde. Soy valiente para aventarme en paracaídas, o dejar ir viejos amigos, pero la idea de que una de las opciones se cumpla o ninguna, me aterra. Soy un cobarde, por no ser capaz de sacármela de mí, del departamento...cielos... de mi almohada, de las alarmas de mi reloj, mi música, mis escritos y sobretodo, de mi tiempo. Mis Malboro saben a sus besos, y cada cigarrillo es un roce que perdí. Cuando la necesito, fumo. Soy un cobarde por querer pensar aún que ella...que ella...fija su mirada al vacío al escuchar mi nombre, que su mano se cierra y sabe quien soy.
--¿Recuerdas dónde trabaja?
V rió amargamente.
--Recuerdo como alzaba la ceja y ponía la pequeña lengua entre los dientes; como se reía de mis burdos intentos de ser sensual. Recuerdo como me dijo a la cara de su relación a larga distancia, estaba serena, pero sus ojos me pedían que no me fuera. El día que nos besamos sus labios sabían a cigarrillos y cerveza negra. Recuerdos sus besos al fumar en la oscuridad, lo único visible era el fuego de aquel humo. Temo olvidar su rostro y que con los años olvide lo que me enseñó.
Soy un masoquista. Hay semanas donde no la recuerdo, donde no veo su foto, no recuerdo su rostro, y cuando me doy cuenta de este error, tomo un viaje lejos, e invoco desde la primera vez que nos vimos, invoco sus manías, el sonido de su celular, su revoltoso cabello y su pereza.
Recuerdo que la deje ir, y que no puedo verla más, que no quiero verla más.
--¿Así es como se termina?
--Te digo que ya no se si algo tiene fin alguna vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario