El sol le quemaba las pestañas, se reacomodó el cabello negro por encima del hombro, se quitó las gafas rojas de sol, estiró las piernas y observó a su alrededor. La playa estaba a unos kilómetros, vagamente se escuchaba el rumor de las olas, las cuales aprovechaban el poco común silencio que adornaba el lugar. Dirigió sus rasgados ojos negros a las casas que colindaban con la suya, no conocía a ninguno de sus vecinos, no era costumbre hacerlo. Volvió a cerrar los ojos, adormilada pensando en sus desconocidos vecinos y se dejó ir.
De pronto escuchó un grito, se irguió lentamente en la silla, frotándose suavemente los ojos. A través de su balcón podía observar la casa de enfrente, por la ventana vio dos personas, un hombre y una mujer, discutían acaloradamente, movían las manos en el aire y se espetaban con las caras rojas. La chica de las gafas rojas ladeó la cabeza con curiosidad.
La mujer comenzó a arrojar cosas por toda la propiedad mientras el hombre seguía gritando, a pesar de que podía escucharse el sonido de toda aquella pelea, no podía entenderse por qué. Ella rompió a llorar, abalanzándose sobre un pequeño sofá blanco, se notaba que lloraba por la forma en que movía los hombros. El hombre se alejó, saliendo de la habitación.
La chica encendió un cigarrillo inclinándose hacia adelante sobre la silla para poder observar mejor.
La mujer se irguió del sofá y caminó hasta una pequeña estantería en un rincón de la habitación. Cuando se dio la vuelta con lentitud, en las manos llevaba un arma con un tubo alargado y de metal, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y avanzó hasta el balcón, donde se encontraba el hombre. Ella probablemente le dijera algo porque él se dio la vuelta, quedándose petrificado sobre sus pasos cuando vio lo que ella llevaba en las manos. Se observaron durante mucho rato, la mujer lloraba, él no. Solo se miraban.
"Aprieta el gatillo" pudo leer en los labios del hombre. "Vamos".
La mujer negó con la cabeza. Él hombre apretó los labios con los ojos fijos.
"Lo siento" dijeron sus labios antes de barrerse por el suelo y derribar a la mujer que disparó rompiendo las ventanas. Cayó al suelo y comenzaron a forcejar. Ella lo golpeaba y el gritaba tratando de alejar el arma. Resonaron dos disparos más y los gritos cesaron. Nadie se levantó durante una hora.
La mujer dio un última y suave calada a su segundo cigarrillo, lo arrojó dentro del cenicero. Al volver la vista a la casa notó que el hombre se había levantado y caminó fuera de la habitación.
Al volver, traía en las manos una soga larga. que anudaba con cuidado. Al pasar hacia el balcón, se agachó durante unos segundos sobre la mujer. Cuando se alzó, tenía la cara empapada de sangre, en especial la boca.
Anudó la cuerda a una de las columnas de piedra del balcón. Miró hacia el cielo mientras se colocaba la soga al cuello y saltaba. Lo único que luego se retorcía eran los pies.
Durante quince minutos el cuerpo estuvo suspendido frente a la casa hasta que la cuerda cedió y el hombre cayó al suelo lleno de arena de playa, con la cuerda rota como su cuello.
La chica se levantó de su silla, se acercó a su propio barandal, observó el cuerpo del individuo lleno de sangre durante un rato. Se colocó los lentes rojos, movió el cabello negro hacia atrás mientras se daba la vuelta y se sentaba de nuevo. Estiró la mano y encendió su tercer cigarrillo del día.
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